¡Bienvenidos, vampiros!


martes, 13 de noviembre de 2012

Había una vez



En la primera tarde del otoño invoco palabras.
Quiero palabras
que huelan a agua estanca, a pesadillas
y a ruiseñores muertos bajo la hojarasca.
Acaso pueda revelar en este poema
mi destino de Caperucita,
este desangrarme entre colmillos de lobo,
los ojos de la bestia acechando
desde los nevados abetos de un cuento
o desde mis propias honduras.

Tal vez vengan a mí
aquellos vocablos que me permitan hablar
el idioma que gruñó Lycaon.
En un claro del Bosque Negro,
una noche de plenilunio
y a la luz de las hogueras,
bebí del arroyo que saciaba al licántropo.
Allí fui marcada con el antiguo pacto,
y entonces ya nada me perteneció.
Ni la carne. Ni la poesía.
¡Ah! Solo permanecen
las marejadas de mi infancia
convocándome desde fosas abisales.

En la estación de los lobos
hoy pronuncio un hechizo:
Que todos los lúgubres espejos de mis días
devengan trizas.
Que las lluvias restañen mis heridas,
y que me atraviesen mil veces puñales de plata.
¿Qué arcanas fórmulas
me devolverán la inocencia?
¿Aún podrán salvarme las pócimas?
No: ya ningún leñador
me rescatará de las entrañas del lobo,
ningún vampiro acudirá en mi socorro.
Nunca jamás.
Palabra a palabra,
verso a verso,
iré por la vida devorándome el otoño.
¿Y si sepultada por estas rojas vestiduras
he ocultado siempre una bestia hambrienta?

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