¡Bienvenidos, vampiros!


miércoles, 3 de diciembre de 2014

Comparto con ustedes los poemas que obtuvieron el Segundo Premio en el II Certamen de Cuento y Poesía "Mario Nestoroff"



La voz humana


La insaciable de oscuridad
escribe:
un puñado de perlas negras,
sus versos.

Pero… ¿qué significa ser poeta?
¿Acaso conjurar palabras
con el don del vidente?
O tal vez cantar
como si con los vocablos se pudiera urdir
un himno sagrado.
Como si de cada garganta de pájaro
manaran rosas y hierbas.

¿Qué es ser poeta?
¿Cambiar la vigilia por el sueño?
¿Sortear las trampas de cualquier mazmorra?
¿Soñar
sueños que ya se han ido,
soplados como plumas por los hados?

¿Y mi poesía?
Un ángel que se suicida.
Un crujir de pétalos resecos bajo el otoño.
Un ruiseñor sepultado
en el claro de un bosque.

O quizá sea la poesía
esta costumbre mía
de resucitar cuando se acaba el verano
y cantarle endechas a la primavera.

Soy el animal
eternamente herido
que se tiende bajo la lluvia.
Que escribe al alba y al crepúsculo
cargando la poesía
como una cicatriz en la frente.




Oscuro fulgor



…formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie.
                             Algernon Blackwood



Todo lo que he visto se resume en la pena.
Vi rosas negras y pájaros brillantes.
Vi la nieve, vi el relámpago.
Y sólo retuve
el aliento melancólico de la noche,
la boca de lobo de la tristeza.

Vi castillos lejanos,
vi templos de druidas.
Una y otra vez
me exilié
en aquella galería donde apenas
el sol se escabulle en otoño.
Me escondí
entre resquebrajadas columnatas
que jamás han visto el cielo.

¡Cálmense, tristes ojos míos!
Ojos ciegos, ojos sonámbulos.
Ya pasará la tormenta,
ya se encandilarán
con la luz al final del crepúsculo.
¡Ya atraparán entre sus prismas
algo más que monstruos y tinieblas,
como si ustedes fueran
espejos de otro mundo!


Mariláu Sánchez

viernes, 6 de junio de 2014

En el ojo del resplandor

Apuntes sobre La rosa líquida, de Javier Rodríguez







Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la  lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.
Jorge Luis Borges, “La rosa de Paracelso”.


Cuenta la mitología que la rosa blanca, ícono de la perfección absoluta, fue creada por Venus para demostrar su poder. Al igual que en este poemario de Javier Rodríguez (Buenos Aires, Huesos de jibia, 2010), la rosa simboliza la belleza, el amor y la luz, pero a su vez alegoriza la muerte, la fugacidad de todas las cosas. Porque la rosa anhela devorar, devorarse, atravesar con filos de espadas cada verso.
La rosa líquida se abre en un libro exquisito, tímido por momentos, audaz por otros. Nos deleita desde su primera página, en el primer impacto ante la rosa, con su primer destello: el libro es la rosa.
Porque Javier extrae rosas líquidas de un pozo en medio del desierto. Ese desierto que entrevemos, a veces, como la nostalgia o la vida misma. Dicen los versos: “Hay en mí / una nostalgia de ser, / algo que desparrama mis ojos / hacia un paisaje vacío”. Así, la añoranza sobrevolará cada una de las páginas.
Con un lenguaje cotidiano
 pero nunca vulgar o carente de brillopleno de malabarismos, el autor nos presenta su rosa. Y ella se desgrana, se exilia… A lo largo del libro descubriremos que ella se despoja, se revela. Y cada hoja que cae forma parte del mundo: una muchacha, la tristeza, la música. La rosa florece en el deseo, en la furia del mundo derramada en pétalos hacia la nada, o hacia el infinito. Siempre desplegada en soledad, clava sus espinas muy hondo en el corazón del lector. En ocasiones, la rosa se vuelve vino, elixir que nos embriaga en una visión melancólica de la existencia, un devenir inasequible siempre y siempre misterioso.
¿Cómo definir, entonces, la rosa de Javier? Sin duda, la poesía es la protagonista indiscutible, la gran rosa azul que todos quisiéramos hallar. En el poema “En los ojos”, se presienten esas ansias por revelar el arcano, el signo. Aunque más tarde descubriremos que esa revelación puede terminar matándonos: “Oculto y como rosa profunda, / el poema va / pétalo a pétalo / abriéndose en nuestra mirada, / deshojándose en los ojos”. Y después, en “The end”: “Voy a decirme, / matarme para vivir. / Tan sólo esperar el poema”.
Y el poeta deviene en la rosa que tanto ama, en el fulgor que todo lo quema, en el resplandor que ilumina hasta el último rincón subterráneo.
Entre la niebla y el espanto, brilla esta rosa líquida desde su pequeño mundo, y sus destellos acuosos abren surcos en la rutina de la vida, explorando siempre las hondonadas de las tinieblas
, los exaltados mares de la pasión o de la locura. Los personajes que tiemblan a través de sus páginas sobreviven en las ruinas de la ausencia o la marginalidad. Y buscan y buscan, sin siquiera saberlo. Imagino un rosedal en perpetua primavera —¿acaso la rosa sempiterna de Dante?—, encendido en el crepúsculo. Imagino a un poeta enviado, tal vez por los ángeles, para llenar de rosas nuestra vida.
Por lo tanto la rosa también es testigo: el poeta engendra los misterios, y la palabra los hace nacer. Y de esa luz brotan rosas y rosas de papel, desbordan por el margen  del libro.  Javier se destierra, se suicida en los versos para volver a decirse, a configurarse con la rosa, siempre en complicidad con Dios.
Hay una pregunta que da título a uno de sus poemas: “¿Seré uno de ellos?”.Ellos son los seres de los suburbios, los “restos de la noche”. Dicen los últimos versos del poema: “Pensar / que no consiguen dormir, / que los sobresalta un martilleo: / una furia de petrificar, esculpir / su legado en la rosa”. Creo que Javier Rodríguez ha respondido a su pregunta con sus versos, con su vida: un poeta temblando al rocío de la insondable noche, ardiendo en el resplandor último.
Como la rosa borgiana que renace de las cenizas mediante la palabra, así resplandecerá eternamente la rosa de Javier Rodríguez. En su poema “Regreso”, el autor nos anuncia: “La rosa no muere. /Asciende / en pétalos a la tierra”. Y esa ascensión fantástica se logra con la alquimia de la poesía.
Un poeta se ha convertido en el más perfecto de los Paracelsos.
Un poeta que supo esculpir su legado en la rosa.

(Publicado en la revista FIN, junio de 2012).

viernes, 11 de abril de 2014

Scriptorium

En este viejo cuaderno
grimorio y bitácora,
me desgarro en versos
en quimeras
enredando alucinaciones
tramando lo imposible.

Aquí enmiendo
la noche rota
con claveles blancos
engarzo
en la Vía Láctea las estrellas.
Aquí
reparo el alma
conjuro
urdo con sortilegios mi destino
revelo el día
con pociones imperfectas
que se escapan de mis manos.

Aquí
tramo arteros sueños
con polvos y muérdagos azules
y vuelco en el caldero
letras encadenadas
jengibre y zumo de cerezas
para fabricar el crepúsculo.

Aquí soy
la bruja escribiente
con pluma de saúco
inventando
el tiempo y el espacio
transmutando
la pena y el horror
sin piedra filosofal
sólo con palabras-espejos
hincadas en el corazón.