No me hables de la muerte o de la sed
ni de la lividez de tus manos
o de las tinieblas de tus ojos.
Tampoco de la temida estaca
o de las púrpuras amapolas
más intensas que la sangre.
Recítame los antiguos cantares,
cuéntame de tu refugio en la catedral,
de tu discurrir en otros tiempos,
del panteón que aún visitas cuando llega el alba,
desde hace ya mil años
—ese templo custodia el amor mortal
que un día ardió en tu corazón helado—.
Muéstrame los confines del mundo,
y dime si es verdad aquello
de que siempre es de noche
y que desde cualquiera de sus aristas se vislumbra el mar.
Confírmame que en sus frías arenas negras
habitan sólo murciélagos.
Celebra para mí la sangre primigenia
derramada sobre tus labios.
Evoca para mí la primera vez que sobrevolaste
un bosque de pinos hacia el crepúsculo.
Porque tus alas en la noche
son mi guarida, vampiro.
¡Desángrame!
No hay comentarios:
Publicar un comentario