Le he
suplicado al mar
tantas
veces por un consuelo.
Y él me ha
envuelto
entre
cabelleras de furia,
en
remolinos que estallaban
de amapolas
frías sobre mis piernas.
Sí, me
gusta que el mar me bese
los pies las
manos los ojos.
Y también me
gustará que me asesine
en sus marismas
de violetas.
Pero hoy,
una vez más,
y solo me arroja
caracoles rotos:
los últimos
recuerdos que perdí en su orilla.
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